EMPATÍA EN PAREJA
Subiendo a casa. Vuelta del trabajo. Vaya día de locos… Y apenas he malcomido un sándwich… Estoy roto. Abro la puerta y, lo primero que oigo, mi mujer, desde el salón, que por qué no he avisado de que no llegaba a tiempo, que me ha estado esperando para hacer un recado pendiente. ¡Madre mía!, (y, sin pensar si quiera en lo que me dice), inmediatamente pienso, ¡lo que me faltaba! Ahora bronca. Reacciono enfadado. Le explico el día que llevo. Ella, que también ha tenido un día horrible. Yo, que no sabe cómo estamos de trabajo. Ella, que parece que no valoro todo lo que hace. Yo, que ojalá se cambiase por mi… pim, pam, pum, ¡y ya tenemos la fiesta! La fiesta de echarnos cosas en cara.
Parece que mi mujer y yo, en cuanto detectamos la señal de “bronca a la vista”, automáticamente nos ponemos en guardia. Empezamos a rebuscar adentro a ver qué argumentos y pruebas podemos utilizar, y nos focalizamos en: GANAR LA BATALLA. Entonces hablo de mí mismo, de lo injusto que es para conmigo todo esto, de todo lo que hago por la relación… Ella hace exactamente lo mismo. Y finalmente nos encontramos en un rifirrafe en el que cada cual, inmerso en sí mismo, pone toda su energía en que el otro le entienda y le de la razón. Cada cual, repito, pone toda su energía en que el otro le entienda, siendo él mismo quien no muestra señal alguna de entendimiento por su parte. Sería algo así como: “no, si lo tuyo ya, pero es que YO…”. Qué irónico, ¿no?, demandar empatía sin salir de tu propio punto de vista.
Pues, ya ves, he tardado veintitrés años de matrimonio y casi treinta de relación en darme cuenta de lo absurdo (y frecuente) de esta escena.