ESCUCHA ACTIVA
24 de diciembre, cena de nochebuena. Nos reunimos la familia al completo. Cómo te van las cosas. En qué curso estás ya. Qué tal por el extranjero… Copita de vino. Conversaciones obligadas y otras no tan obligadas. Qué rico está esto. Más vino. Pasan las horas y, como la corriente lleva al río, desembocamos en el momento puro, copa, y que si Cataluña, Vox, Pedro Sánchez… Esas conversaciones “calentitas” de sobremesa siempre han estado, pero de pequeño las veía desde fuera.
Desde mis 90 cm de altura les observaba convencido de que tramaban algo serio, debía de ser una conversación importante porque no entendía ni una sola palabra. Ahora por fin estoy aquí arriba, cenando con mantel de hilo, ¡qué honor! Y desde primera fila me encuentro con algo muy distinto… De hecho, ni siquiera hay conversación. Sólo es una persona hablando de algo, mientras otra finge escuchar pensando en qué le gustaría decir después. Como perro bien amaestrado que espera su comida, aguarda el momento de la pausa. La pausa en el discurso del otro que le indica que ya le toca a él hablar de lo suyo. Y entra contando algo que poco tiene que ver con lo que decía el primero. Así, por turnos, avanza la “conversación”. Como dos líneas paralelas. Cada uno en su camino, sin dejarse influir por el otro ni lo más mínimo. Parecen dos monologuistas que, mediante un acuerdo implícito, quedan para simular una conversación.
Ya me he ido de la mesa. Qué tostón. Desde la otra habitación oigo que siguen hablando… Tienen carrete para rato. Claro, ya son años de entrenamiento. Después de un par de horas, por fin han terminado. Se estrechan la mano. Feliz Navidad, Feliz Navidad. Hasta el año que viene. Se marchan a casa con su propia idea todavía más sólida. Y sin tener muy claro a qué se refería el otro…